29/3/11

Decididos a no dejar a Dios por los suelos

Siempre he sentido interés por las banderas. Me gusta el sentido que puede llegar a tener un trozo de tela.

De pequeño las dibujaba o incluso las construía con piezas de Lego. He llegado incluso a coleccionar algunas. De hecho, en esos ya arcaicos álbumes de Panini que aparecían coincidiendo con cada Mundial de fútbol, yo prefería que me tocaran los cromos con las banderas de los países participantes antes que muchos de sus jugadores.

Cada bandera explica parte de la historia o los valores del país al que representa. Hay banderas agresivas,  las hay también conmemorativas o agradecidas. Algunas tienen siglos de historia a sus espaldas, otras son fruto de un concurso o de increíbles casualidades.


Las banderas nacionales actuales son descendentes de estandartes y escudos familiares de siglos atrás. De los primeros, evolucionaron desde su sentido práctico hasta obtener un valor simbólico. Las banderas ya no sirven para distinguir las tropas en un campo de batalla como los antiguos estandartes. Por otro lado, a diferencia de los primeros escudos familiares, con el tiempo éstos dejaron de representar a familias para mezclarse con estandartes que se identificaban con territorios.

Desde la India y la China, con la expansión del uso de materiales ligeros como la seda, se fueron extendiendo por el mundo hasta adoptar la forma rectangular común en la actualidad que las hace ondear de esa forma tan característica. Las banderas son ahora presentes en las grandes victorias y fracasos nacionales, son lo primero que se planta en la Luna, son desencadenantes de conflictos o son el reflejo de la huella (a veces positiva otras no tanto) que han dejado las grandes potencias coloniales en el mundo.

En este sentido no hay bandera con tantas vivencias como la danesa (el Dannebrog, del siglo XIII, aunque no simbolizó a Dinamarca hasta años después), la más antigua de las que ahora siguen siendo vigentes y referente de las banderas sueca, noruega, finesa e islandesa.


 
Se dice que esta bandera se le apareció al rey Valdemar II (inspirador nombre para los lectores de Harry Potter) enviada directamente por Dios durante una batalla en la actual Estonia, lo que recuerda de forma sospechosa a la leyenda que habla de la Cruz que se le apareció al emperador romano Constantino junto a las palabras “Bajo este símbolo vencerás” y que, después de incluirla en los escudos de los legionarios, llevó al emperador y al cristianismo a la victoria.


 
El hecho que el Dannebrog no deba tocar nunca el suelo, pues proviene directamente de Dios, me recuerda una curiosidad que leí recientemente referida a la bandera de Irán. Como la bandera de los antiguos persas contiene escrita la palabra Alá, también debe mantenerse alta para no faltar al Altísimo. Por este motivo, en lugar de dejarla a media asta como símbolo de luto, se coloca una bandera negra justo al lado.

Me pareció graciosa esta coincidencia de hábitos después de todo el lío que provocaron las caricaturas de Mahoma.

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